viernes, septiembre 07, 2007

¡Un año!

Hoy mi hijo cumplió un año y en este tiempo me ha dado tantas cosas y enseñanzas, tanto amor sin medida, que jamás sabré cómo agradecérselo.
Con su llegada, conocí el verdadero significado del amor y mi capacidad de amar. A través de él he aprendido sobre el perdón, sobre la necesidad de una sonrisa, de una caricia; sobre la maravilla que es el mundo y lo mágico que es descubrirlo y descubrirse a uno mismo a través de sus ojos, sus juegos, sus expresiones y todo. He aprendido a vivir y respirar su presencia constante y aunque me haga pedir esquina, soy feliz de verle tan activo, porque sé que significa que está sano y que es un niño dichoso que se sabe amado y respetado. He aprendido a ceder y a ser firme con dulzura. He preferido decirle "no" lo menos posible y en vez de eso enseñarle opciones y explicarle las cosas, sin subestimar su entendimiento. He encontrado como prueba más contundente de que entiende bien las cosas, el hecho de que cuando se trata de algo banal, prosigue en su empeño (!como morder la zuela de los zapatos!) pero cuando se trata de algo trascendente, de una situación delicada, como con la muerte de su abuela, las ausencias de su papá por tener que cuidarla, mi regreso al trabajo o su reciente destete forzado por encontrarme enferma; de alguna manera, después de que se le explican las cosas de manera clara, sencilla, íntimamente, los cambios han costado menos trabajo y él se torna muy cooperador y adaptable.
Me siento felíz de haber estado ahí el primer día qué sonrió, que comió, que dijo papá, mamá, bebé, "titi" (chichi); la primera vez que gateó, que se levantó él solo, que se quedó parado sin sostenerse y hasta una aventurera vez en que se ha arriesgado a dar dos pasitos. Pero lo más maravilloso es saber que ese amor que nos tenemos, este idilio que nos traemos y su desarrollo tan rápido, me hacen comprender la importancia del instante, porque es el momento presente el que nos presenta una maravilla y un milagro real.

Nunca pensé que sería tan cansado, así como tampoco imaginé que me podía yo llegar a ser tan feliz y, aunque él no es el centro, ni la razón, ni el generador de mi felicidad, el hecho de poder compartir cada momento suyo y mío, en completa intimidad, con esa conexión especial que sé que jamás se perderá son una de las bendiciones más grandes de mi vida.
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Así que gracias, hijo. Gracias Emmanuel, por cada sonrisa, por cada lágrima tuya y mía, por nuestra complicidad, por nuestro canto compartido y único, por tu inmenso amor, generosidad y simplemente por llegar a inundarlo todo de ti. Te regalo mi compromiso de vida y te deseo que seas muy feliz!