miércoles, junio 13, 2007

Reconocer

Es una maravilla tener un hijo, una bendición, un regalo de la vida.

Cuántas veces no escuché estas palabras en boca de tanta gente cercana y lejana y, aunque desde siempre sonaban muy sensatas, es sólo hasta ahora, cuando me ha tocado vivirlo en carne propia, que las comprendo.

El simple hecho de nacer es ya, de por sí, un regalo de la vida; un regalo que no hay manera de retribuir a nuestros padres más que intentando hacer algo bueno con nuestra propia vida. Sin embargo, existe una manera de contribuir con ese milagro y es ser el vehículo de una nueva vida.

Mi hijo tiene apenas nueve meses, pero han sido meses de un aprendizaje inmenso, tanto de él, como de mí misma, por el que le estoy más que agradecida. Ciertamente me he convertido en una mejor persona y he aprendido a valorar de manera más precisa las cosas importantes. Aprendí a disfrutar más aún de mi trabajo, de lo que hago y de lo que soy; pero, sobretodo, el hecho de volver a ver el mundo a través de sus ojos, de re-conocer y volver a vivir un proceso que prácticamente ni recuerdo, es de verdad maravilloso. Es hermoso volver a hipnotizarse al tocar cosas tan cotidianas como la tierra, un melón o la corteza de un árbol. Sonreír con las cosas más simples de la vida y volver a disfrutar del contacto y las caricias de la manera más intensa y pura. Volver a asombrarme, maravillarme y entusiasmarme con la misma capacidad de un niño.

Así, me reconozco a mí misma con él y a través de él. Reconozco al mundo, a las emociones y sensaciones más puras y reconozco la persistencia y tezón para lograr una meta. Reconozco mi capacidad de observación y de detenimiento. Reconozco mis sentidos agudizados y mi instinto a flor de piel. Me reconozco fuerte y frágil a la vez. Me reconozco viva y con todas las ganas de hacer algo mejor por este mundo, a pesar de mis limitaciones. Me reconozco mujer y niña. Me reconozco mil veces, a cada momento, sin enredarme con fantasías por el futuro. Me reconozco hoy aquí, en mí, en él, en mi pareja, en mi familia, en cada persona que me rodea. Me reconozco en Dios, en la naturaleza, en esa paz y en esa luz divina de la serenidad y del amor verdadero, en este mismo instante y en total plenitud.