Hay cosas tan, pero tan terribles que ni siquiera existe una palabra para nombrarlas. Cosas como el hecho de perder un(a) hijo(a)... Perderlo por enfermedad, accidente, o lo que sea. Pero si esta palabra existiera, tendría alguna clase de superlativo cuando se trata de que tu hija de 29 años, que se encuentra al otro lado del mundo, muere a causa de una negligencia médica de lo más sínica y desalmada. Y aunque existe la palabra viudo para quien ha perdido a su cónyugue, ¿quién nombra al dolor de perder a tu novia, cuando ambos vivían en un país extranjero y eran lo más cercano que se tenían, cuando no te quedan mas que el dolor impronunciable y un cansancio físico y emocional de más de un mes de lucha entre la vida y la muerte, entre la esperanza y la derrota, entre sentirte responsable (aunque no lo seas) y no tener ni cara, ni ojos, ni oídos, ni voz, ni voluntad para tener que repetir cien veces que la persona que amas ha muerto? ¿Quién puede nombrar todo esto?
Y así, sin las palabras que puedan explicar tales cosas, ni ser un consuelo suficiente a tamaño dolor, no me queda más que encender una vela y rezar una oración no sólo por ella, que al menos ya descansa entre los suyos y en su tierra, sino más bien por los que se han quedado para sufrir la pena, para sentir su ausencia, la tristeza, el vacío, el enojo, la impotencia...
Descansa en paz Kaori.
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