jueves, julio 29, 2004
Abrazos los hay de todos los tamaños, intensidades, colores e intenciones. En un abrazo te descubres y descubres al otro(a). Hay un intercambio de energía y una química única que te da un tipo de información que a veces no obtienes con palabras (o casi nunca) o con la mirada. De ellos surge la ternura, el deseo, la complicidad, la hermandad, la humildad, la solidaridad, el perdón... y son la llave de grandes misterios. Me gustan los abrazos, aprendo a escuchar lo que tienen que decir, a recibir lo que traen, a decir con ellos y a dar a través de ellos. Hay abrazos intensos, como el de la vida, el de un hijo, el de la pasión, el del triunfo. Hay abrazos tan íntimos, tan injustamente rechazados, como el de uno mismo hacia el interior, como el de la soledad. Hay otros temidos o anhelados, dependiendo el caso, como el de la muerte. Pero los abrazos humanos, los cotidianos, los que nos ayudan a estrechar nuestros diferentes lazos, son el alimento que esperamos no nos falte nunca.
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