viernes, febrero 25, 2005

A veces quisiera lamer tus heridas
y que tú lamieras las mías.

Quién mejor que yo para entender tu pérdida y la mía...
¿Quién mejor que tú, para saber lo que he perdido
y lo que he ganado?

Pero hacerlo sería regresar al mismísimo lugar
que nos ofreció estos pares de alas caídas.

Prefiero mirarte dentro de mí,
curar yo misma mis heridas
y dejar que el aire sea testigo y mensajero.

Saberme viva,
ver sanar mis llagas
sin el bálsamo de tu saliva
y aprender que el espanto de la ausencia
no es más que una sombra
que llega de la luz de tu partida;
esa tan ahuyentada,
tan sabida,
inevitable
como el mediodía.

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