y que tú lamieras las mías.
Quién mejor que yo para entender tu pérdida y la mía...
¿Quién mejor que tú, para saber lo que he perdido
y lo que he ganado?
Pero hacerlo sería regresar al mismísimo lugar
que nos ofreció estos pares de alas caídas.
Prefiero mirarte dentro de mí,
curar yo misma mis heridas
y dejar que el aire sea testigo y mensajero.
Saberme viva,
ver sanar mis llagas
sin el bálsamo de tu saliva
y aprender que el espanto de la ausencia
no es más que una sombra
que llega de la luz de tu partida;
esa tan ahuyentada,
tan sabida,
inevitable
como el mediodía.
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