jueves, octubre 21, 2004
Anoche, cuando ya me disponía a dormir, alcancé a escuchar el llanto desconsolado de una mujer. Qué va! Eso no era llanto, era algo más orgánico, más fuerte, más desgarrador. Al escucharla, sentí mucha congoja, impotencia y hasta enojo por el malestar que me causa el sufrimiento, aún el ajeno. Sin embargo, tampoco pude evitar recordar los meses en que escuché en mí misma ese tipo de llanto, ese que a gritos pedía que soltara la carga que no me atrevía a dejar en los últimos seis años... o más, a pesar de que el peso me estaba oprimiendo cada célula de mi cuerpo y cada pedazo de alma. Y tampoco pude evitar la consecuente reflexión de lo afortunada que soy, no sólo por haber sido capaz de aceptar la existencia de aquella carga que llevaba a cuestas, sino también por haber podido dejarla ir. Y ahora, me encuentro bien, en toda la extensión de la palabra, y soy feliz. Soy feliz a pesar de mis nostalgias, de mis miedos, de mi incertidumbre, de mi desconfianza, de mis problemas de comunicación, de mi inconstancia, de "doña perfecta" y de todo lo que no salió bien atrás. Soy feliz porque tengo la capacidad de serlo, de amar la vida, la propia y la ajena, de hacer algo bueno con ella, de trabajar por lo que quiero, de seguir mejorando y contar con parámetros para darme cuenta de ello, porque tengo a mi familia, porque sé amar y soy amada, porque sé fijarme retos y alcanzarlos... aunque me cueste once años, como mi carrera, aunque tenga que decirle no a la muerte o a un matrimonio, aunque tenga que superar mi miedo al cambio, a pesar de mi miedo al fracaso. Y viene a mí esa canción de Silvio Rodríguez que dice: "Soy feliz, soy un hombre feliz y quiero que me perdonen por este día los muertos de mi felicidad"... Y los muertos sé que no sólo nos perdonan por ser felices a pesar de ellos, sé que ellos quieren que seamos felices. Así que más bien, que me perdonen los vivos, los que aún tienen (tenemos) la oportunidad de hacer algo por nuestra propia felicidad. Como aquella mujer que escuchaba anoche, que tan lejana se escuchaba de la suya, pero que, ¿quién soy yo para subestimar su capacidad de salir adelante?
Hoy el día ameneció hermoso y despejado, lleno de luz... y mi corazón también.
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