miércoles, agosto 03, 2005
Recuerdo que hace tiempo, la primera vez que fui con un psicoterapeuta, esta me dijo que entender y aceptar a los padres no quiere decir justificarlos. Desde entonces han pasado unos siete años en los que, afortunadamente, además de vivir no he dejado de aprender. En este aspecto, lo que he aprendido (y aunque a veces lo llegue a olvidar) es que aún detrás de los peores actos de las personas, está el amor (Bert Hellinger). Y es que aunque un padre o madre golpeé a sus hijos de la manera más brutal o a su cónyuge, o les cause algún daño, en realidad lo que está funcionando ahí es el deseo subconsciente de ser aceptado por sus propios padres, o algún pariente específico, la fidelidad a ellos y el amor que no pudo materializarse de manera funcional (ojo, no estoy hablando de casos de psicosis). Es por esto que pasan generaciones y se repiten patrones, o se da lo que conocemos como “efecto péndulo”, que consiste en hacer todo lo contrario a lo que nos han hecho las personas que nos han lastimado en nuestra vida, sin saber, que aún así, la sobreprotección causa el mismo efecto que el abuso: personas con baja autoestima, inseguras, irresponsables e incapaces de tomar una decisión. La raíz del problema es simple: en vez tomar y aceptar nuestro origen, es decir, a nuestros padres y todas las generaciones que están detrás, nosotros mismos nos excluimos del sistema familiar, ocasionando una ruptura y un desequilibrio que se reflejará en propia nuestra vida y en la de nuestros hijos. Pero, ¿por qué esta acción nos afecta tanto? Tomemos un ejemplo: ¿Qué pasa cuando los inmigrantes que llegan a un país distinto al suyo renuncian a su cultura, origen y/o idioma por completo con tal de demostrar que pueden formar parte de esa sociedad y cultura nuevas? (con tal de pertenecer a esa nueva cultura?) Llega un momento en que pierden completamente su sentido de identidad y por lo general se convierten en personas insatisfechas, infelices e inseguras, porque no cuentan con toda la fuerza histórico-cultural que les conforma; no saben quénes son. Lo mismo pasa con la gente que se rehusa a adaptarse a las nuevas reglas o costumbres de un país y reniegan de éste, aún cuando es donde han encontrado los medios para sobrevivir. Ambas situaciones llevan al fracaso personal, o humano. Lo mismo sucede con los padres. ¿Se imaginan renunciando a generaciones y generaciones que nos alimentan y que se entretejieron sólo para que llegáramos a través de ellos a este mundo? Un precio alto a pagar si cortamos ese flujo de fuerza, de amor y de vida. Los padres, por más errores que puedan haber cometido o por más atroces que hayan sido, finalmente nos han dado algo que jamás les podremos retribuir y esto es la vida. Pero además, con ella viene la oportunidad de restablecer el orden del amor familiar, primero que nada, tomando con amor, humildad y dignidad la vida que hemos recibido y a aquellos que nos la dieron. Renunciar a nuestro origen, es renunciar a nosotros mismos, pues finalmente fuimos hechos mitad y mitad por ellos para convertirnos en seres únicos con una enorme capacidad para aprender y con todas las herramientas para asumir nuestra propia responsabilidad. Ciertamente, cuando niños o adolescentes, no contábamos con los recursos suficientes (en muchos sentidos) para saberlo, porque apenas nos estábamos formando. La ventaja que nos da la vida, es la oportunidad de desarrollar nuevas herramientas para poder enfrentar y sanear, con este amor, de manera humilde y digna, aquellas cosas con las que se ha continuado el círculo vicioso y que nos hicieron daño en algún momento. ¿Qué mejor muestra de agradecimiento podemos dar a nuestros padres y a la vida misma de que existimos, que tomando nuestra propia vida, con toda la responsabilidad que ello implica y en nombre de todo lo bueno y malo que hay en nuestro origen, hacer algo positivo con ella? Yo creo que la mejor manera de equilibrar, tanto el sufrimiento como los regalos que no podemos devolver, es ése: aceptar quiénes somos, de dónde venimos y hacer algo bueno con ello.
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