sábado, julio 23, 2005

Un año más...

Y ya son ocho. Ocho largos años desde que partiste y donde he aprendido a encontrarme, a ser, a crecer, a tomar mi ser y a amarlo tal y como es.

Hay ausencias que nunca sanan, para las que no hay cura. Tal ha sido tu muerte, en la que me he reencontrado contigo tantas y tantas veces. Tu presencia no cesa y me llenas de obsequios, de ti, de tus bendiciones de padre y de aquellas cosas que a través de tu sangre y tus cantos obtuve. Cada día salgo y perpetuo la vida que me diste a través de mis actos y de no olvidar lo esencial de la vida, de las acciones, aquellas cosas que de verdad importan y trascienden. Hago lo que tanto amabas y a lo que renunciaste, y transformo mi vida en dicha y en vida misma que fluye en las palabras que pronuncio, en cada nota que canto o que toco. Estás en mí, soy mitad tuya y en ello encuentro regocijo y alivio. Basta mirarme al espejo para verte y escucharte en tantas cosas cotidianas y del alma. Es tu amor el que me queda, el que me da aliento y te trae a ratos para estar conmigo, ser parte de mi propia existencia.

Un año más y hoy te traigo entre sonrisas para cantar conmigo, para festejar el canto eterno de la vida, la que no se acaba con lo orgánico, con lo irremediablemente humano. Gracias, padre, por sembrarme con amor y regalarme mucho más que la vida.

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