lunes, septiembre 20, 2004

El Pantano

Hace un par de años comencé un viaje muy, muy difícil, al centro de mí misma y de mi tristeza. Después de varios meses de mi "regreso", soy capaz de identificar ese primer síntoma y la visión de algo que vendría a hacerme tocar fondo y a enriquecerme como ninguna otra experiencia en mi vida.

El Pantano

Definitivamente aquel era el lugar. No podía ser otro.
Luz, sombra; vida, muerte; silencio, ruido, miedo, serenidad; agua, lodo; podredumbre y el perfume de las flores... Todo, todo se juntaba y parecía converger, abriendo camino a la vida que, pese a la muerte y los peligros, existe y cobra sentido en ese ciclo. No hay mayor sabiduría que ésta. Descubrí que era el lugar pefecto para el recogimiento, la reflexión y el contacto con el mundo -con la vida- y con el propio interior.
Como sucede con cada lugar, en especial los lugares salvajes (¿y qué lugar no lo es?) tiene sus encantos y sus peligros: Pronto decidí que debía acondicionar un camino para facilitar mi acceso y antar entre los árboles y ceibas, los mangles y la vegetación. Construí algunos puentes a través de las raíces grandes y los lugares de tierra firme, hasta conseguir un sistema que me permitiera permanecer y transitar lo necesario. utilicé ramas, raíces y pedazos de madera, así como lodo, hojas y hierbas para hacerlos lo más firme posible, dentro de mi precaria "ingeniería empírica".
descubrí que los puentes no sólo me ayudaban a moverme con facilidad y seguridad, sino también me permitían avanzas sin perturbar tanto aquel medio y a escuchar tranquilamente el sonido desbordante de la vida. A veces había que hacer reparaciones a los puentes, remiendos, compensar hundimientos, cambiar ramas podridas por otras en buen estado y limpiar la maleza que impidiera el paso; pero así es esto, ya que antes de formar parte de la amalgama fangosa de lo que muere, se pueden renovar los acceso y permitir que el lugar cobre su tributo a cambio de tanta belleza.
En este lugar apendí sobre los ciclos de la vida, el respeto, el equilibrio y la dinámica. Comprendí que para ser parte d eun ligar como ese es necesario morir y desintegrarse para luego ser alimento de árboles, plantas, bichos, humos y el mismo fango. En ese momento me correspondía ser expectador y dejar5 que toda esa sabiduría infinita y antigua me llenara y me confortara el alma.
Al paso del tiempo y apesar de lo maravilloso del lugar, me pareció que era tiempo de regresar al bosque y la pradera. Sin nostalgia y con el alma profundamente enriquecida, tomé el camino de regreso, con la certeza de que cada vez que necesitara volver podría recordar el camino y guiar a quien quisiera aventurarse a conocerle.
Ahora sé que en ese pantano fui capaz de comprender el calor, el frío y el dinamismo de la pradera, el misticismo del bosque y la fuerza y pasión del mar, me volví más observadora y aprendí que incluso en el olor fétido de un pantano, corre con toda su fuerza el torrente de la vida, que la quietud también implica movimiento y dinámica, quizás más de la que somos capaces de abordar en una sola vida. Mi andar es pasajero y sólo en ese torrente oculto de vida está la trascendencia.
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Fui, construí los puentes, me hundí, morí y volví a nacer.




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